"(...)La escuela irrita a veces a los autores.
«Usa» los textos de ficción, los manipula y los trasmuta. Una vez leídos, a los chicos los ponen invariablemente a trabajar con ellos: los hacen hacer dibujos, posters, dramatizaciones, manualidades, redactan nuevos finales y nuevos textos con los mismos personajes, cuando no subrayan las palabras esdrújulas, como si la lectura no pudiera permanecer como pensamiento, interioridad, conversación, y debiera dar prueba física de su existencia, porque ésa es a la vez la prueba de que «sirve». Yo les pregunté a los maestros por qué los hacen trabajar después de leer, nunca encontré una respuesta satisfactoria. Siempre siento que esas prácticas alejan a mis textos de mí, y a los lectores de mis libros, de mis formas deseables de leer. La escuela actúa en función de necesidades que yo no tengo, pero nunca me convencerán de que una maqueta de plastilina, un disfraz de Maruja, un rotafolio, sean extensiones necesarias de mis textos, y tampoco que, después de haber hecho todas esas cosas, los chicos los habrán comprendido mejor, o disfrutado más, o se sentirán más estimulados a leer.
La escuela también parece mandada a hacer para alimentar nuestra refunfuñante relación con el análisis de contenido, la interpretación, la «traducción» que describía Susan Sontag. Usted, cuando dijo aquello, en realidad quiso decir esto, ¿no? ¿Qué mejor que preguntarle al autor, entonces, que de seguro ha de tener todas las claves? La ambigüedad, el segmento de historia que se escapa, el «porque sí», la sinrazón de la conducta de los personajes..., mejor pasar todo en limpio, normalizarlo. No importa que el texto sea transparente, cavarán para mirar qué hay abajo, hundirán el dedo en el soufflé. No me preocupan las lecturas que hacen los chicos, sino las que les hacen hacer: de esas no me puedo hacer cargo. En estos veinte años que pasaron desde que salió mi primer libro, incursioné en las formas que menos se dejaban atrapar por la lectura interpretativa, desde la parodia hasta los catálogos de animales, con mucho éxito debo decir, pero no todo el éxito; por lo que llegué a la conclusión de que para encontrar un contenido útil basta la voluntad .Pero siempre me iré de la escuela con la duda de que tal vez «algo» en el texto invitó a que fuera leído de ese modo. El sistema no estimula las lecturas originales -lo sé-, ¿pero quién me asegura que mi texto no fue cómplice involuntario de la lectura didáctica?
A pesar de estas cosas nuestra escuela -sobra decirlo- es fundamental como promotor a de lectura. La necesitamos muchísimo, y todo lo que me escuchen decir aquí serán apenas variaciones de un único conflicto no resuelto entre la importancia que tiene y le asigno, y el escozor que me causan algunos de sus métodos, que a veces hasta parecen conspirar contra sus propósitos.
Pero me toca estar ahí. Y los chicos preguntan. Y en esas preguntas aparecen otras «lecturas» que tienen hechas, éstas ya sobre el mundo de los libros y de la escritura. (...)